
Me fui temprano de la fiesta de Mariano (uno de mis más queridos amigos y el primero en cumplir 30) principalmente porque tuve un ensueño, un flashazo de que en la fiesta estaba el Frijolito; conmigo, bailando, riendo, platicando, burlándose de cualquier estupidez, criticando a Bumbury, la política y la cultura occidental, cantando las rolas de Héroes del Silencio y Andrés Calamaro que se sabe tan bien, divirtiéndonos ligeramente como alguna vez lo habíamos hecho y que tenía demasiado que no se repetía. Lo tenía tan anclado a mis recuerdos que incluso pensé que una amiga que estaba en la fiesta lo había conocido en alguna noche de fiesta solo porque sabía que a los dos les había gustado mucho Sex on fire cuando salió. Pero esa no es la trama de esta historia, habrá muchas más con esta peculiar leguminosa como protagonista, seguramente todas escritas en pasado. Fue la gota que derramo el vaso en esa noche de juerga decembrina. Simplemente me corto la inspiración pachanguera pensar en él y en su falta de claridad hacia mí y a la conexión que teníamos; me hizo sentir que aunque tenía unas ganas de sexo que no sentía hacía un tiempo, no quería irme a casa acompañada por ninguno de los candidatos que ahí se ofertaban, ni siquiera por los dos más entusiastas y que hasta me habían parecido lindos.