Mi gachupín






¿Pu verte como eres antes de que tú lo veas? ¿Enamorarse de alguien que todavía no eres?...

No había sido necesario rosarnos al pasar, nos habríamos sentido a kilómetros de distancia. Un metro noventa; vestido ligeramente, todo de blanco, sandalias y treinta y siete años. Al pasar la imagen del primer encuentro por mi cabeza, tengo que pasar también saliva para contener aunque sea un poco el deseo. —A que tú quieres bailar conmigo. —¿Qué? Esa voz me hace voltear —Que sí, que se nos hace tarde para ir a bailar. Me asalta por un momento la idea de jugar a la interesante y decirle que quién se ha creído; pero era ridículo, en cuanto escuche ese acento, rítmico, grave, calmado, seguro… bien hubiera podido desnudarme en medio de la calle y hubiera dado lo mismo. —Sí, se hace tarde. Contesté. Me toma de la mano y caminamos por Génova hasta un bar. —¿Qué te tomas? —Sólo a ti. No quiero que nada se interponga en la claridad del encuentro y pongo mi mano derecha sobre su pierna; me abraza fuerte y me besa mientras juego mis dedos en sus chinos largos y algo canosos.


Platicamos un par de horas para luego dirigimos a un local de salsa. —He de decirte que no sé bailar, pero adivino que tú si y quiero hacer contigo todo lo que te gusta y todo lo que me gusta. ¡Madre mía! No se había equivocado y la frase era precisa. Para ese momento no había otra cosa que quisiera más que llevarlo a mi cama, pero el coquetéo todavía seguía dando frutos en la pista de baile. Tal vez fuera aquello de reprimirse de momento por un placer mucho mayor. Yo no lo comprendía, no lo hacía así; nunca. Pero pensé que por una vez no estaría mal.


Jugamos en la calle de camino a su hotel, riendo; yo brincaba y saltaba (ya algo borracha, más por endorfinas que por tequilas); él me abrazaba con todo su cuerpo y de vez en vez, me alzaba levemente para que sintiera su fuerza. A la puerta de la habitación nos besamos exhaustivamente, buscando cada hueco, cada forma, cada desmayo efímero provocado por las hormonas. Me levanta; no soy una esbelta damisela y aún así, lo hace sin el menor apuro; atravesamos el living con torpeza. ¡Menuda fiesta nos montamos! Me quedo encima de él apurando el tránsito de la ropa hacia el piso, me quita el short y las sandalias, ambas manos se sienten enormes y poderosas al sentir sus dedos en mis omóplatos, mientras sus pulgares me acarician los pezones. Se siente calor, se siente sudor y todo cambia, todo empieza a verse muy blanco, si, todo se ve más blanco y más claro al arribo del gran O. No había necesitado hundirme completamente sobre su sexo, ni aferrar las manos a su pecho como con otros.




[De repente los recuerdos se confunden y no sé si estoy cogiendo con Mi gachupín o haciendo el amor con el Frijolito. ¡Joder! Bajo la cabeza para reposarla sobre mis manos, las restriego sobre la cara y el cabello, me muerdo los labios y continúo el relato con un claro sentimiento de frustración sexual. Era eso, por eso no lo podía dejar de pensar. Esto de no disfrutar todos los “catres”, si no, sólo los especiales, estaba saliendo caro… porque esos no abundan y ya más bien yo estaba en huelga]




Me deja abajo delicadamente y me toca poquito a poco todo el cuerpo mientras sigue dentro de mí, nunca dejaba que pasará eso con un amante, en ese tiempo la única ternura le era permitida al difunto Mr. Marx, mi ex maridocomunistaliberal. Seguimos hasta que el blanco dejo de venir de nosotros y empezó a colarse de entre las cortinas, pacíficamente.


Al desayuno de las tres de la tarde, platicamos de nuestras vidas, de sus momentos y los míos. Mis casi veintitrés, mi marido y nuestros amantes; sus ahora treinta y ocho y su regreso a España después de once años en Inglaterra... Me miraba a los ojos y me decía ¡Me encantas! ¡Es que estoy encantado! ¡Me has encantado! Seguíamos cachondeándonos con palabras, miradas y caricias. Me decía que era increíble, que lo que hacía, como lo hacía y lo que pensaba le fascinaba. Yo bajaba un poco la cara y decía que creía que era más cuestión de suerte, de con quién me había encontrado y que todo se iba conectando, que yo no había hecho nada. —Pero es que lo has hecho tú. Yo no creo en la suerte. Bueno, no en el tipo de suerte que dices que te ha hecho a ti. A la lotería seguro, eso es suerte. Pero tú, te lo has ganado. Eres tú. Esa última línea la repitió tanto los siguientes días que cambio el sentido de todo.


Me pidió que me fuera a vivir a España, no con él, pero para estar juntos; todo muy derecho y libre, como me gusta. No lo pensé dos veces y le dije que no. Estaba con Mr. Marx y simplemente no podía imaginar mi vida sin él. Y esa no era una línea de amor eterno, sino de codependencia no admitida en ese momento. Nos seguimos viendo mientras estuvo aquí. De vez en vez dormíamos juntos y mientras caminábamos por la noche, me agarraba una nalga por debajo del vestido o acariciaba mis senos discretamente por el escote de la blusa. Lo despedí unas semanas después muy a la Hollywood en el aeropuerto, divagábamos en el auto sobre encontrarnos caminando inesperadamente en una Isla asiática y reconocernos completamente hasta el primer beso (porque ¡ya seriamos ancianos! decía yo entre risas).


A veces lo veía enojado por el Skype cuando entendía que yo seguía igual, que no iría, ni a Madrid, ni a la Isla. Cuando termine con Mr. Marx pensó que todo esto cambiaría pero no, yo aún no confiaba en mi misma, seguía sin comprender las cosas que me había dicho la primera vez. Seguía sin ser esa mujer que sólo él conocía; de manera completa por lo menos.




Hace meses regresó.


—¡Amor, soy Tú gachupín! ¡Ya estoy en Guada!
Me dice gritando entusiasmado al teléfono. Enfrijolada, en exámenes finales, endeudada y con mi recién reencontrado padre en un hospital de provincia; no hubo oportunidad y se fue.
—¿He atravesado el atlántico por ti y tú no puedes venir al hotel? Ya he hecho todo lo que podía y ya no voy a hacer más. Hotel Francés, habitación XXXX. Espero que no llegues tarde…


De regreso en Madrid no volvió a responderme ni el teléfono, ni el correo (ni virtual, ni postal), ni el messenger, ni el skype, ni el maldito facebook. Hoy, me lo he encontrado en este y no me ha respondido el saludo. Hoy, no llegaría tarde o tal vez un poco, apenas estoy aprendiendo.






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"Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás"
Karl Marx en el Manifiesto del Partido Comunista