Mirar a ambos lados de la calle









Me fui temprano de la fiesta de Mariano (uno de mis más queridos amigos y el primero en cumplir 30) principalmente porque tuve un ensueño, un flashazo de que en la fiesta estaba el Frijolito; conmigo, bailando, riendo, platicando, burlándose de cualquier estupidez, criticando a Bumbury, la política y la cultura occidental, cantando las rolas de Héroes del Silencio y Andrés Calamaro que se sabe tan bien, divirtiéndonos ligeramente como alguna vez lo habíamos hecho y que tenía demasiado que no se repetía. Lo tenía tan anclado a mis recuerdos que incluso pensé que una amiga que estaba en la fiesta lo había conocido en alguna noche de fiesta solo porque sabía que a los dos les había gustado mucho Sex on fire cuando salió. Pero esa no es la trama de esta historia, habrá muchas más con esta peculiar leguminosa como protagonista, seguramente todas escritas en pasado. Fue la gota que derramo el vaso en esa noche de juerga decembrina. Simplemente me corto la inspiración pachanguera pensar en él y en su falta de claridad hacia mí y a la conexión que teníamos; me hizo sentir que aunque tenía unas ganas de sexo que no sentía hacía un tiempo, no quería irme a casa acompañada por ninguno de los candidatos que ahí se ofertaban, ni siquiera por los dos más entusiastas y que hasta me habían parecido lindos.
Hippiosito feminista era un compañero de otra universidad del que horas antes me habían comentado que participaba con su novia en un colectivo… feminista of course (¡dah!); inteligente, literato y con el estilo clásico hippie, buena onda-libre con aretito en la oreja y barba de una semana. Químiquito rocker era un amigo que había ido al depa de Mariano cuando hice mis famosas pizzas griegas y que me pareció había quedado interesado, hombre de ciencia, algo anticuado moralmente pero activista izquierdoso y de “mata” larga. El punto decisivo se tomo en la pista de baile, Hippiosito feminista no era maestro bailarín pero no le importaba hacer el ridículo y nos divertimos mucho gracias a ello, las risas y las vueltas improvisadas sonaban fuerte entre los asistentes a la reunión.
Entre al baño y ahí estaba el. ¡Ufff! ¡Ufff! ¡Ufff!¡Sentí tan bien esos besos!; desde Catlover boy no había querido estar con nadie y de aquél accidentado encuentro entre dos mundos ya tenía casi dos meses; mi cuerpo lo ansiaba. Es inevitable, es delicioso aquello de besar, es perfecto cuando amas pero la adrenalina de la primera vez y sobre todo cuando es así, de sorpresa, con alguien que acabas de conocer, pasional, animal, potente, it´s so excitante. Mis senos se sentían más grandes, su pene abultando sus vaqueros de por si ajustados y los movimientos continuos de su cuerpo hacia el mío y visceversa, prometían mucha pasión. Pero el azulejo frío del lugar, pensar en la novia probablemente en desacuerdo (no tan seguro puesto que eran “liberales”) con que su chico cogiera con otra, los amigos afuera y las personas tocando la puerta para usar el baño… simplemente ya estaba muy grandecita para andar haciendo esas tonterías. Me refiero a que ya no tenía 15 para hacer las cosas asi, tenía todo un departamento y una cama perfectamente cómoda para hacerlo cuanto quisiera, como quisiera y sin interrupciones; con alguien lo suficientemente inteligente como para acordar otro tipo de relación con su pareja para que en un momento como en el que estabamos, cuando alguien como yo, le preguntara si esta bien por ella, respondiera algo mejor que “Dejate llevar por el momento” en un tono drámatico sexual de macho en celo que mas que exitar da risa (el ambiente izquierdoso universitario no queda excento de machismos en hombres y mujeres, simplemente son de otro tipo y lo disfrazan muy bien con el rollo liberal, habrá que hablar más de esto despúes). Digo, no es que sea moralina o me de por sentirme demasiado culpable de mis metidas de pata, simplemente llega un punto en el que la libertad implica hacer lo que quieras con un proyecto, ideas, con todos los elementos que te hacen ser tú, que has decidido y que te gustan, honestamente, aceptando que te puedes seguir equivocando y no sentirte mal pero tampoco dejar que pasen las cosas nada más por que si, como sea, sin estar completamente de acuerdo contigo mismo, de verdad hacer lo que quieres sin que lo definan los prejuicios, juicios y acciones de los demás.
Salí del baño, todos estaban bailando, pero se sentía en el aire. Todos sabian que me habia “metido” con Hippiosito feminista, nadie dijo nada; sólo la mejor amiga de la novia que también era la roomie de Mariano, me agarro la cabeza con ambas manos para juntarla con la suya, como disculpandome por mi “inmadurez”.
Había platicado con Susana, una chica de la comuna que no veía hacia años… ¿Por qué sentía que cada vez que me encontraba alguien de mi pasado (la comuna, la universidad, cualquiera que me hubiera conocido con Mr. Marx, mi “exrelación codependiente-comunista” con todo lo contradictorio que eso suena) tenía que disculparme por estar soltera?, por ir sola, con amigos o con un chico al que no presentaba como “mi chico”, ¿Por qué me hacían sentir que porque mi ex estaba felizmente casado yo también tenía que estarlo? Si, eran todos, incomodados por mi presencia al sentirse apenados de que estuviera sola, de que mi relación hubiera fallado (como de hecho todos esperaban que pasára); pero también era yo, también estaba incomoda de sentir obligación de explicar que no me sentía mal, que por el contrario estaba feliz, disfrutándome por primera vez en mi vida. Sin embargo si me preocupaba que sonara falso, por que muy en el fondo y aunque fuera un .5% yo también sentía que debía estar con alguien, más que por deseo propio, porque “no es normal” sentir eso y me hacía pensar que era una freak, una alíen y que si seguía sintiéndome bien sola (no ermitañamente, con mis amigos y conociendo muchos tipos de gente, digamos solo, que bien sin formalismos, evitando la dating rules crap), toda mi vida me quedaría así y mi miedo no era que pasaría, si no el como explicarlo a los demás, como defender mi felicidad individual. Lo que había estado pensando durante años apenas comenzaba a hacerlo de verdad: construir mi libertad. Entre tanto jaloneo de “los demás, yo, yo y los demás” estaba resultando difícil pero precioso.

Próximamente: Confesiones de una princesa. De cómo funcionan las reglas de coqueteo y las armas de seducción femenina; y como los hombres las piden a gritos pero no son naturales.

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"Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás"
Karl Marx en el Manifiesto del Partido Comunista